Tuesday, November 28, 2006

Viaje a 2046

Tú lucías verde y esbelto, yo no sabía cuál era el olor de los encuentros mojados a escondidas del futuro. Me agarrabas, firme, mientras deslizaba mi poca altura por las laderas de tus extensas tierras aceitunadas. No sabía sonreír sin sonrojarme, ni ser voraz en mi absurda medición de cercanías.
Yo, trémula, tú, misterioso en tu paciencia infinita fruto de una incertidumbre.
Fuiste el único capaz de producirme descargas eléctricas que iban directas de tus ojos verdes a mi amígdala convulsionada. Mientras, me desconcertaba impaciente en mis espasmos sin llegar a entender muy bien la razón de toda aquella catástrofe fisiológica.
Aún al marcharte seguiste recorriéndome con impulsos de los que asustan, y en mi ignorancia llegué a pensarme un problema neurológico. Lo único que ocurría era que te habías marchado. No pudimos decirnos nada, tú tan francés, yo tan castellana y torpe en el idioma del amor.
Entonces cruzamos el charco de las pasiones inocentes juntos, hasta toparnos de bruces con la crueldad de un amor adulto.

Y ya no estás aquí para seguir electrocutándome a través de tus miradas. Ahora he aprendido a provocar descargas con vulgares palabras, sangre a partir de arañazos irrelevantes y lágrimas con baratos desprecios de escote rojo.
Y no vuelves, no regresas a contarme historias de perros que se entrelazan en tus piernas, esas que no llegué a ver desnudas. No vienes a mirarme suave, a hacerme sentir nuevamente perdida. Y no vuelvo… a rozarte inconexa en mis espasmos, a sonrojarme al ver de cerca tus labios.
Sobre todo, sabes que lo que más arrastraste contigo fue mi inocencia, los besos que valen algo más que unos minutos de desesperada compañía. Me arrebataste las sonrisas nerviosas de verte, los ojos huidizos de encontrarte. Porque no vuelves, y quizá, yo tampoco lo haga.
Pero qué fácil sería…reencontrarnos, mirarnos, volver a electrocutar los órganos internos del placer. Y de una vez por todas poder desnudarte mirándome entera de sudor en tus enormes pupilas. Mezclar la inocencia de los 15 con mi crueldad de los 20 y así poder rozarnos ágiles y expertos, como dos niños sucumbidos a las prontas y perturbadas pasiones. Y después de eso nos recordaremos (lamiéndonos los placeres dolientes) todo lo que perdimos en nuestra andadura por ese lago que nos arrastró a toparnos con una carretera llena de grises corazones
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A Guillaume, por todas las noches.

Sunday, November 26, 2006

Espinas

No recordaba cómo fue su último beso. Una chica del autobús se quejaba de que no se acordaba de la última vez que besó a aquél chico que ya salió de su vida. Yo he llegado a casa y sentada en el sofá ha estado reconcomiéndome toda la mañana la pregunta de cuál fue mi último beso contigo. Después lo he recordado y no me ha gustado la respuesta.
Serían las 7 de la mañana y yo salía de viaje en breves minutos. Tú dormías. Yo intentaba despegar mi cuerpo dolorido de entre las sábanas. Recuerdo que tu piel era muy cálida y desprendías el mismo olor que fue mío durante 3 absurdos años. Me levanté y después de vestirme rápidamente acudí a los pies de la cama para susurrarte al oído que ya me marchaba. Hiciste un breve sonido gutural y te besé en la mejilla. Rocé tu cara con la certeza de que nos quedaba muy poco tiempo para llegar al fin de lo que éramos y una vez más te besé, pero esta vez en los labios. No, no fue un beso de estos que crees que vas a volver a dar durante toda la vida. Pero tampoco fue suficiente como despedida. Besé tu mejilla, te acaricié el rostro, besé tus labios y me marché, con mi maleta a rastras y un no sabido último beso aún rozándome las estúpidas entrañas. Tú también te marchaste. En ese momento ibas camino al polo norte de mi lóbulo frontal.
Ese fue mi último beso. Y esa fue la última vez que sentí el calor de tu cuerpo y tu olor de 3 años bañándome las legañas y el sueño.
Fue todo una gran ironía. Después de tantos besos sin respuesta, preguntas sin eco que no contesté, días pensando dónde estaría y a quién vendería esa noche mis fluidos. Al final los papeles se intercambiaron, quien ríe el último es el que menos llora y yo lloré por todas las veces que a tí te faltó el aliento de esperarme. Y nuestro último beso fue, una vez más, un perfecto símil de cómo todo pasó sin apenas darme cuenta y de cómo, de recibir rosas pasé a que sus espinas se clavaran en mis venas.